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Corresponsabilidad Ciudadana

13/05/2020

Artículo de opinión de Iñaki Castro, ex-secretario del sindicato ErNE

En el año 1995, el Instituto de Sociología Jurídica de Oñati organizó unas jornadas en la misma Universidad de Oñati para analizar la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, la conocida como Ley Corcuera o Ley de patada en la puerta. En este foro y en mi calidad de Secretario General de Er.N.E. defendí una ponencia sobre la dicotomía '¿Más seguridad, menos libertad?'. En la misma criticaba el impacto de esta actuación legislativa limitadora de derechos y libertades constitucionalmente protegidos, exponiendo la difícil convivencia entre libertad y seguridad. En la misma solicitaba el necesario equilibrio en este eterno debate lo que requería una especial sensibilidad política, estableciendo políticas públicas de seguridad, donde la orientación hacia el ciudadano y la asunción de la Policía como servicio público resultaban fundamentales.

Como magníficamente ha expuesto el catedrático de economía aplicada de la U.P.V. Koldo Unceta, "la pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema sobre el que hemos organizado nuestras vidas, la inseguridad que amenaza nuestra existencia. De pronto, un bichito ha puesto patas arriba nuestras vidas, ha causado miles de muertos, ha mostrado la debilidad de nuestros sistemas sanitarios, ha obligado a parar la producción, ha detenido en seco el discutido fenómeno del turismo masivo, ha vaciado los estadios de fútbol, ha paralizado las actividades docentes y ha acabado por confinar en sus casas a gran parte de la humanidad. Nunca en las últimas décadas la gente se había sentido tan vulnerable. Ni los países con más armas atómicas o con capacidad para explorar el espacio más lejano han podido defenderse ante el Covid 19, mostrando la estupidez humana en toda su crudeza, pero también la enorme inseguridad en la que nos movemos. En estas circunstancias, resulta obligado mirar de frente a un conflicto del que se lleva años hablando, pero que siempre se plantea de manera distorsionada: el conflicto entre seguridad y libertad. En mi opinión deberíamos mirar de frente a este conflicto, pero adoptando una perspectiva diferente de aquella en la que nos insisten un día y otro.¨

Ciertamente, parece lógico que ante la situación sanitaria y económica actual, aumente la demanda social de mayor seguridad personal, obviamente buscando un perfecto equilibrio entre seguridad y libertad. Sin embargo, en el caso de la pandemia, el equilibrio perfecto es prácticamente imposible, por lo que, más bien, estamos hablando de preferencias sociales y aquí entre en juego la corresponsabilidad ciudadana.

Como magníficamente ha expuesto el catedrático de economía aplicada de la U.P.V. Koldo Unceta, "la pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema sobre el que hemos organizado nuestras vidas, la inseguridad que amenaza nuestra existencia. De pronto, un bichito ha puesto patas arriba nuestras vidas, ha causado miles de muertos, ha mostrado la debilidad de nuestros sistemas sanitarios, ha obligado a parar la producción, ha detenido en seco el discutido fenómeno del turismo masivo, ha vaciado los estadios de fútbol, ha paralizado las actividades docentes y ha acabado por confinar en sus casas a gran parte de la humanidad. Nunca en las últimas décadas la gente se había sentido tan vulnerable. Ni los países con más armas atómicas o con capacidad para explorar el espacio más lejano han podido defenderse ante el Covid 19, mostrando la estupidez humana en toda su crudeza, pero también la enorme inseguridad en la que nos movemos. En estas circunstancias, resulta obligado mirar de frente a un conflicto del que se lleva años hablando, pero que siempre se plantea de manera distorsionada: el conflicto entre seguridad y libertad. En mi opinión deberíamos mirar de frente a este conflicto, pero adoptando una perspectiva diferente de aquella en la que nos insisten un día y otro.¨

Nuestra vida cotidiana se compone de múltiples signos, símbolos y mensajes, de entre los que la seguridad resulta primordial. Una de las características del Estado contemporáneo es la provisión de seguridad, en formas muy variadas (Policía y seguridad pública, protección civil, seguridad social…). Todas ellas configuran una única satisfacción: la reducción de la inseguridad, de la accidentalidad, de lo imprevisto. La vasta capacidad del Estado hace posible la articulación de uno de los mecanismos de control social e individual que siempre les ha legitimado, el de responder a las necesidades de seguridad. Saberse en cualquier momento y lugar vulnerable al contagio del virus, genera un estado de ansiedad latente, una desconfianza sin límites. Nos convierte en gente indefensa.
Actualmente en Euskadi, nos encontramos en la fase 1 de desescalada del estado de alarma, pero el Ejecutivo autónomo ha decidido una salida de la crisis más cauta y, por tanto, con más restricciones de derechos sociales que el resto del Estado, aunque juristas de prestigio cuestionan el encaje legal de estas restricciones. ¿Y por qué ha tomado esta decisión el Gobierno vasco?Pues sencillamente porque le ha entrado el pánico a un posible rebote de la epidemia que pueda ser fatal, como por lo visto le han comunicado expertos sanitarios de su entorno partidarios de no acelerar la desescalada. Y, sinceramente, comprobando las imágenes de la situación de los centros hosteleros en toda la comunidad autónoma, con bares y terrazas abarrotadas de público, sin la distancia física mínima, hasta conseguir que los bares cerraran por las aglomeraciones, no me extraña que les haya entrado el pánico. Ganarán seguro las elecciones, pero las consecuencias pueden ser nefastas para la sanidad pública vasca. El diagnóstico es lamentable, no existe corresponsabilidad ciudadana, actualmente es una utopía.



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